Mi encuentro con el mundo de la tizas, se produjo cuando tenía cuatros años y mi hermano trajo de la escuela pedacitos de muchos colores que para mí fueron pequeños tesoros. Mi primer pizarrón fue el piso de portland de la cocina.
La primaria fue una época de delantal blanco, donde la disciplina se marcaba con un puntero para el que osaba realizar actos indebidos como tirar tizas, hacer avioncitos de papel, charlar en clase, rayar el pupitre o escribir con la mano izquierda.
Aun mantengo las imágenes de los pupitres de madera, el tintero, las lapiceras con pluma cucharita, el pizarrón negro con las tizas de colores, los gritos estridentes de alguna maestra, los recreos, la galleta que nos daban, el arriar o izar la bandera, la canción Aurora, el patio de tierra con muchos árboles.
Me gustaban los deberes, los dictados, las competencias de búsquedas con diccionarios, las redacciones.
La escuela me encantaba y me iba muy bien.
Desde los comienzos me interesó muchísimo la lectura, Leía todo lo que llegaba a mis manos, fotonovelas, Billiken, historietas, etc... Mis otras aficiones eran las novelas por radio, la música y el cine al que iba con mi abuela, desde los tres años.
Finalizado el primario, la elección del colegio secundario estuvo signada por la salida laboral y ser perito mercantil me aseguraría tener trabajo.
Bajo un régimen marcado por la disciplina, el colegio era estatal, estricto en cuanto al comportamiento y la vestimenta y las medidas correctivas eran las amonestaciones que junto con las inasistencias, producían la expulsión del establecimiento.
En cuanto al estudio, la memorización predominaba sobre el razonamiento. En ese tiempo, acentué mi afición por la lectura y por la televisión, que reemplazó al cine y a la radio de mi infancia.
Posteriormente, la universidad implicó la salida del núcleo familiar y el enfrentar una vida sola, en una ciudad que no conocía. Sin embargo fue una de las etapas más enriquecedoras de mi vida.
La finalización de la carrera de agronomía, me trajo nuevamente a mi terruño.
Si bien comencé como docente en el nivel secundario, dejé para desarrollar mi profesión. Aparte de las actividades técnicas, he dictado cursos a productores agropecuarios, a hijos y esposas de productores, a otros colegas, a microemprendedores y a público en general, pero todos dentro de la temática agronómica.
Al mismo tiempo, nunca he dejado de capacitarme. Para mi el aprendizaje ha sido continuo, formal a través de la Tecnicatura, Especialización y Magíster e informal a través de jornadas de campo, adiestramientos en laboratorios, trabajos a campo, cursos virtuales, etc.
Además he ampliado mi actividad y soy docente del Nivel Superior, permitiéndome cursar el Tramo Profesional, para remediar las falencias en didáctica y pedagogía, principalmente.
He encontrado que el alumno de terciario es un adulto que estudia por decisión propia, buscando formarse para un futuro que le permita insertarse en el ambiente laboral o simplemente capacitarse.
En clase trato de incentivar un buen ambiente (se permite el mate) y después de una “catarsis” se hace una presentación del tema y en la puesta en común, intento rescatar las experiencias personales, estimulando a los introvertidos y frenando el ímpetu de los extrovertidos. Considero importantísimo lograr una buena escritura y expresión oral.
Para finalizar, haciendo este recorrido, miro hacia atrás y recuerdo con ternura ese hallazgo del tesoro de tizas de colores y agradezco por ello.
Marta Reneé Borda
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